Este pasado octubre tuve la oportunidad de poder viajar a la India con mi niño... esto es algo que quizá no hubiesemos podido conseguir sin la ayuda de Andrés, por eso le estamos muy agradecidos (muchas gracias Andrés... por cierto, te debemos una cena y un visionado de fotos, así que reservanos una noche de estas, vale?).
Al principio nos planteamos el viaje sin ningun tipo de preparativos, queríamos dejarnos llevar por el ámbiente... pero a la vez queríamos ver demasiadas cosas para tan solo 15 días. Así que estuvimos debatiendonos entra esas dos formas de viajar tan diferentes durante las dos semanas previas al inicio del viaje, y cuando nos quisimos dar cuenta... nos encontrábamos dentro del avión en mitad del vuelo y con las hormigas de nuestra tripa montando una fiesta.
Una vez llegamos a Delhi, entre la euforía de la llegada, el cansancio del viaje, las ganas de aventura y el miedo a lo desconocido, cogimos un "taxi" camino a la estación de tren de Nueva Delhi, con intención de coger el primer tren hacia Agra, ya que el Taj Majhal era nuestra prioridad.
Pero todo lo que nos imaginamos no tenía nada que ver con lo que nos encontramos al llegar allí. Ordas de indios se movían como empujados por el viento y lo mejor, es que venían hacia nosotros... cada uno nos quería vender, o más bien timar con una excusa diferente.
Algo tan sencillo como comprar un billete de tren, en la India puede ser una operación harto complicada, tanto que al final no pudimos hacerlo y acabamos siendo llevados a una "pseudo agencia de viaje" donde tras mucho negociar (mucho me temo, para beneficio del anfitrión) acabamos contratando un viaje de 15 días por los sitios que queríamos visitar y con paseo de camellos y incluido.
Al principio no nos acababa de convencer el viaje que habíamos contratado, ya que distaba mucho del tipo de viaje de aventura que nos habíamos propuesto, pero tras unos días en el país, llegamos a la conclusión de que si no hubieramos hecho el viaje de esa forma, no hubieramos conseguido salir nunca de Delhi.
Así que la primera noche en la India ya estábamos de camino a Jaipur. Tras unas horas de incertidumbre en el coche, viendo en contadas ocasiones como estábamos a punto de chocar con unos camiones muy graciosos (por ser enormes y adornados como si de buses escolares norteamericanos se tratase, pero con ese punto indi-hortera, que tanto les gusta a los allí residentes). Llegamos al primer hotel en el que nos hospedaríamos y fuimos recibidos por nuestro conductor DK con una botella de un buenísimo RUM... grgrgr... un licor indio muy extraño y con muchísimos grados de alcohol, que por cierto Ángel casi ni probo y que hizo que yo callese rendida a los tres vasos que DK me relleno, y por supuesto, esa fue la noche que mejor dormí de todo el viaje.
Durante los 6 días restantes, viajamos en coche por la tarde-noche y por el día visitábamos distintas ciudades del Rajasthan, tierra de reyes.
En Jaipur tuvimos la suerte de ver una concentración hinduista muy importante de la zona. Nos quedamos alucinados viendo la cola de cientos de personas que había a la puerta del templo esperando para entrar a rezar, eso sí, las mujeres a un lado y los hombres a otro. Además pudimos dar un paseo en elefante y ver a estos gigantes paseando por las carreteras como si de la selva se tratase, salteando los coches y las motos como si de animales se tratase.
En Udaipur es famoso su gran lago, y tuvimos la suerte de poder alojarnos muy cerca de el. Además por la noche salimos a pasear por la orilla del lago y pudimos disfrutar de una noche preciosa viendo atónitos como el show de la noche no eran otros que nosotros. Es curisoso porque los hombres pasean abrazados, pero entre hombres y mujeres no puede haber menos distancia de un metro entre ambos.
A la mañana siguiente vimos un palacio flotante en el lago y visitamos el city palace, donde vivía antiguamente el Maraha y que estaba hoy en día lleno de pinturas, ropas y esculturas de más de diez siglos de antigüedad.
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